Voy a entrar en topizacos pero es la
verdad verdadera vivida en mis carnes, y esto no hay semántica que
me lo quite de la cabeza:
Si decido limpiar la tapicería del
sofá, mi hijo derrama la tempera encima de él. Blanca en el sofà
negro, negra en el sofá blanco.
Si acabo de pasar aspirador, fregona y
mopa a mi hija le da por recorta y pega de papelillos (minúsculos e
imposibles de coger con los dedos, si no no vale) pasando por la
sesión de plastelina.
Si decido hacer a fondo el baño, mi
maridín necesita recortarse la barba de manera inminente, mi próximo
proyecto es descubrir que tipo de máquina utiliza para el tema, no
conozco nada inventado por el hombre que reparta los pelos recortados
a tantos metros del espejo...
Después de vaciar la despensa,
limpiar, desinfectar y reordenar la comida, aparece un paquete de
azucar con un agujero en el culo desangrándose.
Es entonces cuándo me rindo a mi
destino a vivir en una pocilga cuando pienso “Lo importante es
pasar tiempo juntos” y cuando se presentan (sin avisar, of course)
mi madre/suegra/cuñada... y voy escondiendo los trastos conforme
vamos pasando, porqué claro, ellos no vienen cuándo está todo
impoluto, no, ellos siempre, siempre, siempre vienen el día que he
decidido que no puedo más, que no estoy hecha para eso, que nací
para ser princesa y tener mi propia doncella de cámara... y que mi
casa estará sucia y yo seré una mala ama de casa, guarra pero
feliz.
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